La leyenda del pez y el ave
- Sasha Alberto Klainer Berkowitz
- 28 may
- 3 Min. de lectura
por Sasha Klainer
No recuerdo quién, cuándo o dónde escuché el relato que a continuación presento.
Cuenta una leyenda antigua, aunque aún vigente, la historia del pez y del ave…
En las profundidades del océano, un pequeño pez azul nadaba entre sombras y corales. La inmensidad del mar, con toda su biodiversidad y misterio, no lograba calmar sus anhelos.
Era pequeño. Vivía bajo la ley de la selección natural: o era más rápido o era presa. Odiaba tener que esconderse. Detestaba sus escamas, sus aletas, sus branquias, su piel resbalosa. Aborrecía su esencia.
No quería ser pez. Habitaba un mundo que lo sostenía, pero no le bastaba. Un mundo donde era obligado a esconderse o a devorar, a escapar o a cazar, a sobrevivir sin tregua. Soñaba con romper la prisión líquida que lo contenía y surcar los aires, libre, sin leyes que condenaran al pequeño y glorificaran al más grande.
Cada noche soñaba. Cada día, fantaseaba. Imaginaba ser un ave esplendorosa, con alas que lo llevaran lejos, con el viento rozando su rostro, volando libre sobre el mundo.
Lo que más amaba era subir hasta la superficie. A veces saltaba. Cada vez más alto. Cada vez con más fe. Como si un día, la Divinidad escuchara su deseo y lo transformara.
Del otro lado, pasando la frontera del cielo y del mar, un pajarito cabizbajo volaba errante. Se sentía ajeno. Había sido excluido de su parvada por pensar diferente. No soportaba migrar, ni la rudeza del viento, ni la crueldad de los carroñeros.
No comprendía la paradoja cruel de haber nacido con enemigos en el aire y sustento en el mar; condenado a una incongruencia que lo alejaba del medio que deseaba y lo ataba al que temía.
Perversa ironía: alimentarse de uno fuera de su alcance y temer al otro que lo tenía cautivo, mientras su corazón latía por habitar un tercero, imposible.
Sentía nostalgia cuando zambullía su pico en el mar. Amaba el agua en su rostro, el misterio de las profundidades. Deseaba nadar, descender, sumergirse y escapar del aire. Buscar refugio en la inmensidad e incertidumbre del océano.
Una noche soñó que era pez. Y al despertar, todo cambió. No emigraría más. No volaría por rutina. Intentaría entrenar para aumentar su tolerancia al ambiente acuático. Con dedicación y constancia, podría convertirse en anfibio, como paso intermedio hacia ser un habitante permanente de los 7 mares.
El pez, por su parte, siguió soñando con volar. Cada salto era más majestuoso, más alto, más esperanzado. En cada oportunidad lograba llegar más alto, suspender su estancia en el aire por más tiempo.
Hasta que un día, en su vuelo más alto, un pelícano lo recibió en su bolsa sin intención, con la pereza de quien caza por no dejar pasar la oportunidad.
Mientras tanto, el pájaro converso, intentando adaptarse al agua, se sumergió más de lo que debía. En su intentona por desafiar su naturaleza, lastimosamente, se ahogó. Terminó en el estómago de un depredador oportunista. No un carroñero del aire, sino uno oceánico.
Los que cuentan esta historia aseguran que, en el paraíso, ambos seres fueron interrogados antes de reencarnar. Recibieron la oportunidad de oro para decidir el medio que habría de circundarlos. ¿Qué deseaban ser?
Y en un acto misterioso y cíclico, el pez eligió volver a ser pez. Y el ave, pidió volver como pajarillo de mar.

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